Breaking In

A large stone building lay in front of him, surrounded by thorny fences and the only entrance flanked by guards. He could never make it past them with all his might. However, he was not without wits…

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La herida primal

Imaginemos que recibes una invitación para ir a visitar un país. Un país en el que nunca estuviste y del que no conoces ni siquiera el idioma. La visita es inevitable. Fuiste convocada/o y estás en ese compromiso. Te preparas para tu llegada. No tienes mucha idea de cómo será, pero has recibido algunas ayudas. Sabes que ciertas cosas deben ocurrir de cierta manera, y además…tendrás una guía. Ella, tu guía, ¡ya está lista para recibirte! Te espera con muchas ganas de conocerte y es en lo único que piensa desde que se enteró de que vendrías.

Viajas. La llegada es intensa. Todo está oscuro. Escuchas gritos, alaridos, por momentos gemidos, lamentos y hasta jadeos. También risas, cantos, ooooommmmm… También sientes mucho movimiento. Tu aterrizaje es intenso. Sentís sacudones, tironeos y mucha presión en todo tu cuerpo. Por momentos no sabes cómo va a terminar todo eso, y de repente sientes como que algo te atrae hacia “afuera” y súbitamente, como si fuera casi un acto de magia, apareces en otro lugar.

¡Llegaste! Los sonidos entran en tu cabeza, son ensordecedores, y las luces, muy brillantes; estás desnuda/o y empapada/o, y también temblando por el frío y por las millones de sensaciones que te invaden.

Necesitas respirar inmediatamente y que tu guía aparezca YA para protegeerte, abrazarte, cubrirte y que te diga que ya estás acá y que ya pasó lo peor. A partir de ahora ella te protegerá en este nuevo lugar, hasta que sientas que la conoces y eres capaz de manejarte solo. Pero tu guía… ¡no está!

De repente desapareció. En realidad ella no, vos fuiste tomado por un extraño que te llevó a un lugar desconocido. Gritas que no, que te devuelvan con ella, ¡ese era el trato! Pero no, te apoyan en un lugar muy frío (¡no conocías el frío!), te tocan, te manipulan como un objeto inanimado, te sumergen en un líquido con un olor indescifrable, te frotan, te clavan cosas en el cuerpo mientras gritas desgarradoramente.

Pero nadie parece darse cuenta, ni se inmutan, siguen haciendo lo que se supone que saben que deben hacer, sin detenerse, sin hablarte, si siquiera mirarte. Entras en estado de terror puro. No importa cuánto dura eso. Un segundo, un minuto, un día, es toda tu vida en este nuevo lugar. Es la eternidad.

Súbitamente te llevan de nuevo con tu guía; y ella te habla como si nada hubiera sucedido. “¡Hola! Que bueno que estás aquí! Ven conmigo”, y tú estás tiritando, no sabes si de frío o de miedo o de ambas cosas. Pretenden que comas, cuando solo puedes llorar y gritar tu espanto.

Desde que llegaste, no toleras estar sola/o. Si tu guía se aparta un momento, te invade el terror de que la pesadilla se repita. De hecho volvió a repetirse un par de veces al principio y por eso ya no confías en nadie ni en nada.

Este fue tu recibimiento y nunca nadie te dijo “así no se debe tratar a nadie, eso que hicieron está mal” o “No sabía que sería así, no pude evitarlo. Lamento desde el alma el daño que te produjo esa experiencia, jamás tendría que haber sucedido”.

Y como nunca pudiste comprender qué fue lo que sucedió, inconcebible comparado con lo que esperabas, para ti este nuevo lugar — al que además te mudaste para siempre - es un lugar hostil en el que te has prometido que jamás vas a confiar.

Esto es lo que ocurre, salvo muy honrosas excepciones, en cada nacimiento.

¿Qué significa esto?

Cada persona que nace tiene una expectativa desde el punto de vista de su fisiología, de lo que su organismo necesita y espera vivir. Durante la primera hora seguida e inmediata al nacimiento se ponen en marcha mecanismos biológicos especialísimos que permiten al naciente una regulación (la tan mencionada homeostasis) fisiológica, pero a la vez se produce un primer aprendizaje de cómo deben ser las experiencias subsiguientes. “Un formateo”, la instalación de un primer programa que permite al bebe sobrevivir y desarrollarse en las mayores condiciones de salud posibles.

Esta primera hora se llama “la hora sagrada” “la hora del imprinting”, el apego inicial, descripta minuciosamente por estudiosos y expertos en salud humana.

Esta primera hora tiene como expectativa que el bebé repte por el vientre de su madre, se frote con ella para impregnarse de toda su microbiota (mundo bacteriano viviente primero del canal vaginal y luego de su piel exterior), llegar al pezón, encontrarlo, mamar el calostro que le dará entre muchas cosas: una protección inmunológica contra los millones de microbios y agentes patógenos que se acaban de sembrar (pero que la madre tiene colonizados) y cuyas defensas se hallan en su calostro.

Además de este maravilloso y único mecanismo de protección, el bebé — si bien se ha estresado durante su nacer - ya está junto al organismo al que pertenecía desde adentro, pero ahora desde afuera. Estaba preparado para esos segundos de estrés fisiológico. Pero nadie está preparado para esos minutos, horas o días de trauma emocional que significa la separación cuando no hay motivo real.

Cada frustración de esta expectativa es una desconfiguración sistemática de su sistema de regulación fisiológica y también emocional.

Todavía muchas personas descreen que esto sea realmente relevante. Descalifican las afirmaciones que dicen que las personas registramos todo lo que nos sucede al nacer, argumentando que no está desarrollado el sistema de la memoria en el cerebro.

Sin embargo, cuando les preguntas a un niño de 2 o 3 años, qué recuerda de cuando estaba dentro de la panza, cuentan relatos increíbles… y genuinos.

Fundé y pertenezco a un grupo de Facebook llamado “Crianza Fisiológica” en el que hice esta pregunta en febrero de 2016 y cientos de respuestas apabullantes no pueden sino, al menos despertar la duda de que es posible es que registremos algo, porque los relatos se ajustan todos a los hechos.

Algunos de ellos:

· “Vos olías cosas ricas.” (la madre hacía aromaterapia).

· “Escuchaba bum bum bum bum y yo bailaba adentro tuyo.”

· “Yo en el hospital lloraba y lloraba”. Yo sorprendida porque era tal cual, le pregunté por qué era que lloraba. Su respuesta: “yo en tu panza no lloraba, me reía… pero yo no quería estar en el hospital”.

Algunos efectos de estos traumas (que no necesariamente significa que ocurran por este motivo):

¿Cómo podemos ayudar a sanar?

Con la verdad.

Recibo infinidad de consultas por parte de madres y padres preocupados porque sus hijos muestran un desorden en sus reacciones que los dejan prácticamente sin recursos para ayudarlos. Reacciones, tan intensas como inesperadas, “berrinches” que no son una simple zapateada o una boca curva hacia abajo. Se parecen más bien a un paroxístico ataque de nervios, con reacciones agresivas y totalmente fuera de control.

Mi norma no es preguntar qué fue lo que lo desreguló la última vez (normalmente el motivo de consulta) sino la primera, es decir qué pasó al nacer. Y siempre se confirma: al nacer hubo separación, revisación de rutina (que para el bebe es violenta), el bebé lloró muchísimo, y nunca, al reunirse, hablaron de lo que NO tendría que haber sucedido, y menos aún de lo que SÍ.

Mi norma es en principio, restaurar esa herida de nacimiento. Validar las emociones sembradas en ese momento. Es como decirle al niño “ya no necesitas emitir señales tan intensas, ya hemos entendido que nunca hablamos del terror que atravesaste”.

…y reparar con palabras y gestos. Ayudar a que se inscriba en su cuerpo. Las palabras deberían ser exactamente aquellas que sabemos que necesitaríamos escuchar para reparar una falta que nos ha dañado horriblemente. Con honestidad, sinceridad, sintiendo realmente la pena y arrepentimiento que sentimos al haber fallado, al no haber podido estar ahí como él lo necesitaba. También es importante que el niño sepa que fallamos no porque quisimos fallarle, sino que algo (el sistema de “salud”) o alguien nos los impidió.

Un niño de 5 años, incrédulo, mientras conversaba con su mamá sobre su innecesaria separación de 3 días (“por protocolo”, por nacer en semana 37, con signos vitales perfectos), deducía en voz alta “¡Entonces vos sí querías estar conmigo! ¡Entonces eran ellos los que no te dejaron! ¡Qué malos!”.

Por último, aporto una idea que surgió luego de una consulta en la que la madre, tras relatarle a su hija de 5 años cómo había nacido, y entender ella sus miedos y desconfianzas, le pidió escribir una carta al doctor para que supiera lo que ella había vivido.

Carta de Clara al Dr. que asistió su nacimiento (una inducción innecesaria):

“No hagas lo que a mí me hiciste, porque me puse triste. No se lo hagas a otros bebés, porque es muy feo, es muy malo, no se lo hagas a otros bebés que me puse muy triste (¡pero muy triste!) Él no me dejo estar con mamá, porque yo necesito la teta de mamá, no necesito a vos. Es muy feo. No te voy a amar.

Y yo no necesito la mamadera, porque necesito la teta de mamá, porque necesito a mamá, porque la amo. No le pinches la bolsita, no estés apurado, cuando yo quiera salir, no estés apurado.

Si estás apurado, es muy feo.”

Nota: Luego de enviarme esta carta, la madre volvió a escribirme “Ayer Clara me dijo que soñó con el medico “malo” y que le dijo que él leyó la carta que ella le mandó y entonces lo perdonó”.

No todo es el nacimiento

Muchas veces la consulta viene de una familia desconcertada: el nacimiento fue bello, en paz. En el hogar. No hubo separación. Pero el niño de todas maneras demuestra una gran desregulación. Quizás su desorganización no comenzó en el momento clave del nacimiento, sino a lo largo de sus primeros años de vida. Ausencia de medidas anticipatorias. Experiencias inesperadas no necesariamente traumáticas pero que sí han sido vividas como tales por parte del niño.

Toda experiencia que no es esperada puede ser altamente desorganizadora, sobre todo para una persona en construcción.

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